El Amor llega a nuestra vida como respuesta a una petición que habremos formulado al universo.
Solo encontraremos el amor cuando así lo hayamos solicitado.
Es cuando deseamos encontrarlo, cuando nos abrimos en cuerpo y alma a la llegada de otra persona, que es posible que esta aparezca. Y no solo posible. Es una garantía. Una certeza.
Los ojos de nuestra alma y nuestro corazón alcanzan a ver y a percibir mucho más allá que los ojos de nuestra mente y nuestro cuerpo.
Cuando aprendamos a guiarnos por nuestro sentido interno, podemos provocar al universo para que este nos ponga en las circunstancias de vida que deseemos.
Si logramos vencer nuestra conocida comodidad, si logramos vencer nuestra habitual negatividad y pasividad, si logramos convencer a nuestra mente y a nuestro corazón, todo aquello en lo que creamos con fe, se creará en nuestra realidad irremediablemente.
Siempre es así, aquello de lo que estamos convencidos es lo que sucede.
Inventa, escribe, pinta, imagina, todo lo que quieras en tu vida, como un niño que juega y se divierte con curiosidad e ingenuidad
Todo aquello que vivas intensamente en tu mundo interior, lo terminarás también por vivir en el mundo exterior, o al menos su esencia.
Permitirnos ser lo que somos y cómo somos, avanzando en la relativa soledad de nuestro camino, pues el camino de cada uno es único, y sólo uno mismo puede recorrerlo.
Aún en esa aparente soledad, podemos encontrar un compañero de juego una persona dispuesta y capaz de alentarnos en nuestra marcha y permitirnos alentarle en la suya.
Nadie puede andar nuestro camino por nosotros. No podemos recorrer los caminos de los demás, por mucho que les amemos, por más que nos empeñemos.
Incluso la pareja más unida recorre caminos diferenciados.
Es en nuestro egoísmo generoso, es en nuestro afán de buscar y hallar lo mejor para nosotros mismos, que conectamos con nuestra sabiduría interior e infinita de la cual mana constantemente una continua oleada de Amor.
Es desde nuestro egoísmo generoso, desde nuestro amor propio que podemos ofrecer e irradiar un autentico y verdadero Amor.
No hay más, eso es todo, es la meta y el fin, el objetivo, es lo que siempre buscamos una forma de dar, de ofrecer lo más autentico que tenemos, lo que somos: Amor.
El amor es celebración.
Aunque recorramos individualmente nuestro camino en la vida, no estamos solos, no podemos estarlo, pues formamos parte de una unidad en la que estamos todos y cada uno integrados.
Todos los esfuerzos que hacemos para ser amados para “ganarnos” el Amor, la consideración, la comprensión y el respeto.
Nos encerramos entre estrechos muros invisibles pero igualmente impenetrables.
La emoción del amor se construye de encuentros, despedidas, renuncia, confianza, fé y armonía.
La emoción del amor, esa emoción caprichosa, imposible de apresar, que se escurre siempre de entre los dedos.
El amor nunca se extingue, nunca se apaga, siempre permanece.
Es desde los ojos del miedo y el temor que pareciera que el Amor se acaba.
El amor es presencia.
El aprendizaje no consiste en aprender a Amar, cosiste en aprender a soltar de prescindir de todo aquello que nos mantiene alejados del mismo.
La fuerza del amor capaz de sortear y atravesar los más gruesos muros de miedo. Capaz de crear lazos entre las personas, capaz de unir corazones.
El temor, el dolor y el sufrimiento existen para mostrarnos que siempre que nos atrevemos a ver más allá, esta el amor, para mostrarnos que siempre existe el amor en todas y cada una de las cosas, acontecimientos y personas.
Si no esperamos recibirlo, si no ansiamos darlo, la vida nunca nos dará la oportunidad de hacerlo.
Pero cuando esperamos recibir y ansiamos dar amor, la vida termina por darnos multitud de oportunidades para llevarlo a cabo.
Natividad Martín Fernández